domingo, diciembre 07, 2014

Dos maduros en Japón (VI) - Un día en el parque

3 de Octubre de 2014

Parece que todo el sueño atrasado nos está pasando factura. Y por desgracia se manifiesta en la forma de despertarnos a las 11. ¡Oh, desgracia de las desgracias! ¿Cómo podremos vivir con esta tragedia? Dedicamos los primeros momentos de la mañana casi-tarde en pensar como tirar hacia delante. Viendo que hace bueno sólo se nos ocurre una idea. Subirnos al sitio más alto que podamos encontrar. Previo consumo de onigiris y bolas de carne.

La torre de Tokyo es una réplica de la torre Eiffel solo que algo más pequeña. O al menos me lo parece. La vista es espectacular. Ciertamente merece la pena la visita, incluyendo el segundo observatorio, por el que obviamente hay que pagar más. Pero como digo merece la pena, incluso aunque misteriosos obstáculos en la torre eviten que puedas ver bien lo que desde la distancia podría considerarse como antros del hampa. Desde la distancia y por los coches negros y gente sospechosa que cruzamos llegando a la torre. Pero seguro que eran simples hombres de negocio.

Y no lo he mencionado, pero la torre tiene un curioso guía turístico

Después de la visita bajamos al parque que está justo debajo de la torre. Este parque es famoso porque dentro hay un templo, Zojo-ji, en el que hay un montón de estatuas, un poco escalofriantes, de niños a las que han puesto bufandas y gorros. Se supone que cada una representa a un niño muerto, aunque desconozco los detalles exactos.

Que mal rollo...

Un rápido viaje andando y llegamos a uno de los parques que nos perdimos el día de la lluvia intensa. Los jardines de Hamarikyu. De pago, por supuesto. Pero es tan sumamente bonito que no duele nada el ridículo precio de la entrada. Por si no ha quedado claro, el parque me encantó. El lago, las flores, el césped... Absolutamente genial.

Se me están cayendo las lágrimas sólo con recordarlo...

Nos paramos un momento a descansar de cara al mar y un señor que paseaba por allí se puso a hablar con nosotros. Era un ingeniero químico retirado. Super-amable. Estuvimos un rato de charla con él y luego siguió su camino.

La segunda vez que nos lo encontramos nos regaló un pin de Tokyo 2020 a cada uno en cuanto le dijimos que eramos de Madrid. Un cachondo el hombre, aunque le hicimos ver el error de pensar que todos y cada uno de los madrileños estaba deseoso de celebrar las olimpiadas allí. Como todos estábamos super ansiosos de tener Eurovegas. 

La tercera vez que nos paró empezaba a ser sospechoso, la verdad. Que sí, super amable y simpático. Pero cuando te lo cruzas tres veces... no, perdón, cinco veces en un par de horas uno empieza a pensar en modos de evitarle y tal. Aunque demostró ser muy útil. Nos enseñó un pino tri-centenario cuyas hojas pinchaban como si fueran agujas hipodérmicas, nos sacó una foto e incluso nos recomendó donde comer. Y no debía ser el único, porque casi todos los japoneses mayores que vimos habían adoptado un occidental para practicar el inglés.

Un pino de trescientos años tiene esta pinta por cierto...

Pese al consejo del buen hombre, ya teníamos pensado donde comer. MrK se ha vuelto un tragón y tiene pasión por el sushi. Es como el Cookie del pescado. Y estando tan cerca, teníamos que volver a Tsukiji. Y mira tú por donde, esa referencia que parecía tan aleatoria hace unos pocos días cuando dije que en Yokohama habíamos visto una cadena de sushi con un gordo y un atún gigante resulta útil ahora. Como si hubiera escrito todas las entradas de golpe después de que todo pasara. En cualquier caso, la cadena del señor del atún, Kiyomura, sirve un sushi muy muy muy bueno. Y a un precio razonable. Tanto que MrK casi acaba con las reservas de pescado de todo Japón. Y no puedo evitar mencionar lo bueno que está el atún en sus diferentes cortes y preparaciones.

Después de probarlo yo también entiendo su cara de alegría

Después de comer nos pasamos por el teatro kabuki otra vez a ver si podíamos entrar. Aunque no había cola, el acto ya había empezado y para el siguiente todavía quedaba demasiado tiempo, así que improvisamos un nuevo plan de acción dado el escaso interés que ambos mostramos por culturizarnos. Como se puede comprobar, ya no teníamos ningún tipo de intención de seguir ningún tipo de guía.

Nuestro plan de acción de emergencia consistió en movernos al barrio de Asakusa. Es un barrio surgido alrededor de un templo, bastante famoso por la enorme linterna roja que se encuentra a su entrada. Era tarde cuando llegamos, pero aún pudimos ver un poco el espíritu del barrio. El templo ocupa el centro una gran explanada que se encuentra llena de puestos que venden todo tipo de parafernalia folclórica japonesa.

Para ser tan grande no da demasiada luz...

Además, cuando te alejas un poco del templo las calles se convierten en galerías llenas de comercios. Incluso entramos en un Taito Center, unos recreativos, donde volvimos a ver a expertos de la máquina del redondel. Sí, también tenían sus propios guantes. Y máquinas de Street Fighter hasta en la sopa. Junto con máquinas de Gundam que parecían bastante impresionantes y otras en las que para jugar debías llevar un mazo de cartas especiales que se juegan sobre una mesa que las reconoce y las pinta en la pantalla.

¡¡Bienvenidos al universo de las tiendas!!

Nos compramos unas bolitas de pulpo y nos volvimos a casa a vegetar una hora. Una cosa que me pareció curiosa del viaje, y de todos los que hemos hecho realmente, es que casi nadie habla en los trenes. Por un lado están los que se pasan el viaje durmiendo. Por otro los que están con el móvil, con un juego super chungo de bebés cabezones. Y da igual la hora a la que vayas, siempre se dividen en esos grupos y no hablan nada. Lo comento como curiosidad.

Bolitas de pulpo... : )_____

Después de que MrK disfrutara de un merecido combo de zumo de uvas con Jimmy Walker salimos a tomar algo (más). Me repito, pero cada vez estoy más seguro de que los japoneses no entienden lo que es un bar. Nos metimos por probar en un sitio llamado Wall Street, una franquicia, que prometía como pub. Y hombre, cumplía su función, aunque con diferencias. El sitio estaba super compartimentalizado. De hecho casi ni vimos a nadie más, salvo por una mesa que teníamos en el compartimento de al lado. Y la parte de la bebida tampoco es que la tuvieran muy dominada. MrK se pilló cuatro cervezas y yo tres cocktails y un helado (por disimular). A cual peor (bueno, el helado era pasable). Y el total de la cuenta fue de infarto. No pidáis alcohol en Japón, niños. Pero la bebida nos permitió entablar un amistoso debate que acabó en un "tengo razón"-"no la tienes" que haría sentirse orgulloso a cualquier párvulo.

Al salir nos paramos en un Lawson y conseguimos las entradas del museo Ghibli pidiéndole ayuda al dependiente, que amablemente se vino con nosotros hasta la máquina y nos ayudó a sacarlas. Le costó. Resulta que esas páginas en japonés lo único que pedían era que introdujese mi nombre, dirección y número de teléfono. El pobre dependiente no fue capaz de escribir mi nombre en japonés, así que al final decidí cambiar mi nombre a Shato y mi número de teléfono a 003-444-4444. No me llaméis por favor.

Y con la euforia de la victoria nos fuimos al hotel a dormir. Aunque antes de nuestro encuentro con Morfeo oímos por primera vez una palabra fatídica que nos afectaría en días posteriores. Phanfone.

Podéis pulsar sobre cualquier foto para verla en grande:

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