miércoles, diciembre 03, 2014

Dos maduros en Japón (V) - Nikko, el pueblo de oro

2 de Octubre de 2014

Otro madrugón, más onigiris (pero sustituyendo las segundas bolas por pinchitos de carne/albóndigas del Ikea que también venden en los supermercados). El objetivo de hoy es la ciudad/pueblo/zona perdida de Nikko, a tomar por el orto de Tokyo, cogiendo un shinkansen. Una suerte para MrK, que puede dormir en los trenes. Un suplicio para un servidor, que no duerme demasiado.

Nikko es una ciudad en mitad de las montañas que es famosa por su paisaje natural y sus numerosos templos y altares que la UNESCO tuvo a bien declarar patrimonio de la humanidad. Está como a dos horas de Tokyo y aunque hay varias rutas para llegar y un tren directo desde una de las estaciones de Tokyo, preferimos coger un shinkansen hasta Utsunomiya y luego otro tren normal ya que es la ruta más rápida. También debe ser bastante popular, ya que el segundo tren está lleno hasta los topes de gaijines. Más de los que habíamos visto en Roppongi, lo que resulta sorprendente dada la aparente falta de chicas de afecto negociable.

Os prometo que detrás de esas nubes hay dos montañas...

Cuando llegamos nos encontramos una estampa digna de Heidi. Dos altas ¿montañas? ¿picos? ¿colinas? se recortan contra el cielo sobre la ciudad. Las casa son bajas, con tejados muy inclinados y bastante escasas. Un contraste total con el paisaje de Tokyo.

Nos movemos hasta al estación "normal", a falta de otra palabra y frente a la de los trenes JR, y nos hacemos con un mapa turístico de la zona. El área a visitar se encuentra a un par de kilómetros montaña arriba de las estaciones. Hay autobuses que te suben. Pero eso es para cobardes. ¿He mencionado que llevo un par de días con una tendiditis en la pierna derecha? Sin duda ese hecho y el continuo caminar ha ayudado mucho al tono tan alegre de este diario...

Aún a pesar de todo, subir andando mereció la pena porque pudimos presenciar algo bastante insólito. Al menos para nosotros, porque no sé si para esta gente es muy normal que una banda de babuinos ande campando a sus anchas por la ciudad. Nosotros como estábamos poco acostumbrados a ver los colmillos de tan amables seres preferimos mantenernos a una distancia prudencial y observarlos con terror mientras ellos jugaban a asaltar una terraza cercana.

Screenshot or it didn't hap.. oh wait...

Tras el espectáculo, continuamos la escalada. La entrada a la zona de templos estaba plagada de escolares, aunque estos no estaban especialmente uniformados. Cada vez que nos cruzábamos con un grupo nos llovía un aluvión de "jelou"s impresionante, así que puedo garantizar que están intentando librarse un poco del estigma de no saber inglés. 

Lo primero que se ve en la zona, aparte de una concurrida carretera, es un puente bastante bonito,cuyo cruce requiere por supuesto un desembolso previo. Digo por supuesto porque la tónica general de la zona es cobrarte hasta por respirar. Antes existía un bono que te permitía visitarlo todo, pero carteles por todas partes indicaban que habían decidido dejar de venderlos. No me puedo imaginar la razón, dijo Deimar con una gran dosis de sarcasmo.

Al menos el puente mola. No lo suficiente como para pagar los 3€ que vale cruzarlo pero sí lo suficiente como para fotografiarlo desde el moderno puente que tiene al lado

Intentando esquivar a los escolares nos metimos por un camino lateral y empezamos la visita de templos.  Predeciblemente, los templos que encontramos estaban cerrados y acabamos en mitad de una urbanización completamente perdidos. Pero esta vez nuestro instinto, y seguir señales de parking, nos lleva hasta nuestro primer templo abierto, o algo. Digo o algo porque lo que vimos era una estructura de chapa bastante grande con un templo pintado sobre la chapa. Y así descubrimos la otra característica de Nikko. Están usando el dinero para reconstruir los templos de cara a las olimpiadas de 2020.

Tras el pago de un ticket pudimos entrar al templo de Rinno-Ji y ver uno de los tres budas del templo, Rinnoji para más señas, y cómo desmontaban piso a piso el templo para reconstruirlo, esta vez a prueba de termitas. Not worth it. Aunque la entrada que cogimos daba derecho a entrar en otro templo más tarde, así que lo mismo todavía tenía salvación.

¡Contemplad la belleza de Rinnon-Ji! O como será en 2020...

El siguiente templo  de la ruta es el santuario de Toshogu, una de las estrellas de Nikko. El templo es muy muy bonito y bastante grande. Sí, la entrada estaba en reparación, pero el resto está realmente bien. Bueno, por las fotos la entrada también, pero no me atrevo a aventurar sin haberla visto sin andamios. Y las zonas en las que te hacían ir descalzo. Gloria bendita. Aunque no fuese más que por descalzarnos. Lo mejor. Mención aparte el grupo de españoles que le escondieron las zapatillas a un integrante de su grupo en el techo y no hacían más que saltarse las peticiones para que no hiciesen fotos. Marca España.

Pero españoles aparte, recomiendo encarecidamente este templo. Incluso tienes la historia original de los tres monos que no hablan, ven ni escuchan el mal, representada en tallas que rodean uno de los edificios. Lo único que no le perdono al templo es su zona alta precedida de un montón de escaleras. Eso debería estar penado.

Screenshot or... OH MY GOD!! I'M ON FIRE!!!

El último templo que visitamos, Futaarasan, cómo no, está en la cima de una escalera. Sigh. Recordando nuestra teoría sobre las alturas, era muy interesante. Mucho. Con un montón de escaleras que llevaban a ninguna parte. Pero aún a pesar de la presencia de mis eternas némesis, las escaleras claro, el templo y alrededores es muy bonito.

Salimos de la zona de templos y bosquecillos y nos adentramos aún más en el pueblo. Por el camino pasamos por un Lawson que había delante de una iglesia. Nos habríamos parado a contemplar silenciosamente la arquitectura de la misma, o nos habríamos preguntado qué hace una iglesia ahí. Pero había hambre, así que... ¡ONIGIRI!. Pero esta vez innovamos incluyendo unas brochetas de... carne. Mejor no preguntarse de qué tipo.

No os lo creeréis, pero desentona más que elefante rosa paseándose por el museo del Prado

Paseando por el pueblo encontramos la residencia imperial de Nikko. Una antigua mansión de verano de la familia imperial reconvertida en museo. Bueno, o simple visita para las masas porque tampoco es que tenga artefactos o nada dentro. Pero la visita está sorprendentemente bien pese a no ser más que deambular por una casa vacía y sus jardines. Añadiré que los emperadores japoneses parecen más humildes que nuestra monarquía. Pero sin pasarse, que todavía hay clases.

Al abandonar la residencia nuestros pasos nos encaminan hacia el abismo que hay por ahí. Caminando por las calles nos cruzamos con un grupo de escolares que nos dieron el "jelou" de cortesía y que estuvieron haciéndonos preguntas en engrish. No es exactamente inglés, no. Pero oye, ya saben más que la gran mayoría de los españoles. ¿He mencionado que estoy de muy buen humor?

Cuando llegamos al abismo le cambio inmediatamente el nombre y empiezo a llamarlo "abismo". Como el doctor maligno usando la palabra "láser". El tan afamado "abismo" no es más que un puente que cruza el río a unos tres o cuatro metros por encima del agua. Si esto es un abismo la caída que hay desde mi casa, un primer piso, es el equivalente al salto de Félix Baumgartner.

El abismo de Helm

Empezaba a hacerse tarde así que comenzamos la vuelta a Tokyo. De camino a la estación me apetecía una coca-cola zero (publicidad gratuita, ejecutivos de Coca-Cola por favor dejen su cheque en mi correo). Encontramos una máquina de bebidas (normal, si es darle una patada a una piedra y sale una) pero se tragó mi dinero. Esto no tendría ni la más mínima importancia si no fuera porque un señor mayor nos vio y nos estuvo ayudando. Primero sacudiendo la máquina y metiendo la mano por la ranura y luego entrando a preguntar a la tienda que tenía la máquina detrás. El dueño de esa tienda salió y pagó otra botella él mismo y cayeron las dos con un poco de ayuda. Esta gente es lo más amable de la historia.

La vuelta a Tokyo fue un poco movida. Primero, momentos de pánico al no ver nuestro tren anunciado en ninguna parte. Si nos quedábamos allí atrapados iba a ser muy gracioso. Le preguntamos al empleado que estaba en la taquilla. Su cara de circunstancias mientras nos informa de que esa no es la estación JR nos hace comprender la cantidad de veces al día que debe recordarle eso mismo a todos los torpes gaijines. El segundo encontronazo lo sufrimos cuando no podemos reservar el shinkanshen en Utsunomiya. Coger un shinkanshen sin reservar es factible, pero casi nos toca ir de pie las dos horas. Menos mal que, aunque separados, conseguimos sentarnos. Otros no tuvieron esa suerte.

Al final llegamos a Tokyo y vagueamos un rato en el hotel. Mirando la Lonely Planet MrK encontró un sitio donde cenar cerca del hotel. Pero al llegar resultó no existir así que cogimos lo primero que vimos (aplique el método MrK de elegir "lo primero que veamos"). Resultó ser un restaurante especializado en tempuras, cosas rebozadas, y grill. O al menos eso era lo único que había en la carta, porque aunque estaba bueno no diría yo que estaba hecho por un "especialista". Aunque valiese como si lo hubiese hecho uno. Y con eso y una parada a por bebidas dimos el día por concluido.

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