domingo, abril 21, 2013

Tex Murphy y el caso de Carl Linsky

Era una tarde calurosa de 2033. El periódico del día estaba abierto sobre la mesa aunque no lo había leído. Estaba cerrando un caso importante. Nunca hay que dejar una buena botella de whiskey a medias. Me llamo Tex Murphy, detective privado. O bueno, lo soy cuando hay casos que resolver. Las últimas semanas habían tenido mucha semejanza con la ola de calor que azotaba San Francisco: lento e insoportable. Nadie parecía requerir mis servicios. Pero todo eso estaba a punto de cambiar a lo grande. Y como todas los sucesos importantes, sólo podía comenzar con una mujer.

Pese a la música... no es una porno. Incluso a pesar del texto...

Mi secretaría Vanessa me avisó de que tenía un visitante. Lo justo para ocultar rápidamente los restos del anterior caso en un cajón del escritorio y rezar para que su contenido no se derramara. Cuando levanté la mirada me entró un súbito mareo. No por la rapidez del movimiento, sino por las curvas que el apretado vestido rojo de mi visitante dejaba entrever. El tipo de curvas y vestido que eran al mismo tiempo un aviso y una invitación.

La joven se sentó en la silla de invitados de mi despacho, mirándome fijamente con unos ojos tan azules que me hicieron olvidar por completo lo caluroso del día. "¿Es usted Tex Murphy?" Sus sensuales labios dejaron caer la pregunta más que formularla. "Tex Murphy, James Bond o quien usted quiera que sea". Su sonrisa borró cualquier idea preconcebida sobre la belleza de esa chica. No era guapa, no. Era una diosa que por algún motivo había acabado en mi rincón del infierno. Un regalo que esta asquerosa ciudad me hacía tras años de mostrarme sus rincones más extraños y siniestros.

Esta asquerosa ciudad sin rastro de graffitis o de personas... Sí, el infierno sin duda...

"Verá, sr. Murphy". "Tex, el sr. Murphy era mi padre". "Su padre veía demasiado cine sin duda, como usted". Ahora era mi turno de sonreír  aunque dudaba que tuviera el mismo efecto sobre ella que ella había tenido en mi. "Verás, Tex. Me llamo Sylvia Linsky. Mi padre es... ERA... Carl Lisnky, profesor de neuropsicologia de la universidad de San Francisco. Y quiero que investigues su muerte". 

Las lágrimas se asomaron tímidamente a sus ojos. Cualquier hombre habría dado todo lo que tuviera para parar la tristeza que destilaban. Sin embargo, yo no soy cualquier hombre. Yo soy un profesional. Al menos la mayor parte del tiempo que consigo estar sobrio. "Sylvia, yo soy detective privado. Los asesinatos son cosa de la policía." "La policía no ha hecho nada. Tienen un testigo que afirma que vió saltar a mi padre desde el Golden Gate y con eso han cerrado el caso. Pero yo sé que papá jamás se suicidaría...Por favor, Tex, necesito su ayuda". En ese momento rompió a llorar. Pero no fue lo único. También fue el momento en el que se rompió mi profesionalidad.

Lo comprendo. Si yo viviese aquí también querría suicidarme...

Acepté el caso de inmediato. Cuando consiguió calmarse, Sylvia me contó que por qué pensaba que no había sido un suicidio. Aparentemente, el profesor había estado trabajando en algún proyecto secreto durante las últimas semanas. Tan secreto que no había compartido nada con Sylvia, a pesar de tener muy buena relación. Un día, incluso se lo encontró borracho como una cuba y muy agitado. Hazaña digna de comentarse cuando hablamos de un hombre que no bebía nada más fuerte que un vaso del viejo monóxido de dihidrógeno. Además, Sylvia afirmó contundente que su padre jamás se habría suicidado tirándose a la bahía, ya que debido a un incidente durante su infancia, le tenía pánico al agua. Por no mencionar la extraña nota que encontró en el fax en casa de su padre. Un aviso de que tuviera cuidado con la gente con la que estaba tratando.

Sylvia me informó de que el caso lo llevaba el sargento Clements, un antiguo "socio" mio. En el sentido de que en ocasiones habíamos hecho intercambio de información. Era un buen hombre. No tan buen detective. Merecía la pena echar un vistazo para ver qué podía descubrir, aunque suponía que no encontraría nada. No es como si tuviera algo mejor que hacer de todas formas. Y la posibilidad de pasar los siguientes días encerrado en aquel despacho que ahora había quedado completamente inundado con su caro perfume no me atraía. Me dispuse a acompañarla hacía la puerta y empezar a trabajar, sin embargo, ella me detuvo para darme un incentivo más para investigar: me facilitó diez mil dolares de adelanto. Los diez mil dólares más fáciles de ganar de mi carrera. 

¡El futuro! ¡Donde todavía se utilizan ladrillos como medio de comunicación!

Después de despedirme, me dirigí a mi speeder. Configuré el ordenador de navegación para ir a la comisaría de Santa Fé y llamé a Vanessa para que me informase sobre algunos detalles. Ella me envió varios faxes al coche: la noticia de la muerte del buen profesor y la dirección de diferentes personas relacionadas con él, como su prometida, la señorita Delores Lightbody, que Sylvia había olvidado mencionar. Ahí podría haber algo, pero me distraje un momento pensando en lo increíblemente útil que era usar faxes como medio de comunicación y cómo no podía imaginarme un futuro sin ellos. Y perdido en estos pensamientos, es como llegué a la comisaría...

To be continued...


1 comentario:

pHonta dijo...

Ladrillos, sí, pero ojo resolución que gastan.

Keep it up, está entretenido! :)