jueves, agosto 01, 2013

El soldado (III)

- No… No. No quiero. – Seluku esquivó la mirada de Puzur. Le dolía decirlo, pero valoraba su vida valía más que la del muchacho.
- Eso pensaba. – Contestó el Capitán, haciéndole una señal a Bassia.
- Andando – Dijo el corpulento soldado entre dientes, mirando fijamente a Puzur.

Puzur miró la espada y volvió a mirar a Seluku. Resignado, avanzó por la cueva. Las piernas le temblaban. Las manos también. Aun así avanzó. Lentamente y mirando constantemente hacía atrás. Asegurándose de que el resto no le abandonaban. Los otros caminaban varios kanus [1 kanu son aproximadamente 3 metros] detrás de él, iluminados por la antorcha de el Capitán. Viendo a Puzur gracias sólo a la que portaba él.

Avanzaron durante un tiempo por la cueva hasta que volvieron a detectar un sonido. El de algo arrastrándose, o siendo arrastrado, por el suelo. En cuanto detectaron el ruido, Bassia, Seluku y el capitán corrieron a esconderse detrás de varias columnas. Sin embargo, Puzur se quedó parado, al descubierto. 

El joven miró algo a su derecha, y dio algunos pasos antes de desaparecer momentáneamente detrás de una columna. No tardó mucho en volver a aparecer.

- Capitán, está aquí, está… está herido, creo – Gritó Puzur, aliviado.

Bassia y el Capitán se miraron brevemente, y sin decir nada fueron avanzando poco a poco de columna en columna acercándose y rodeando la posición que Puzur indicaba. Ante la perspectiva de quedarse sólo a oscuras, Seluku decidió imitarles. 

La luz de la antorcha de Puzur iluminaba un cuerpo en el suelo. Un cuerpo que no paraba de retorcerse y rodar, cómo si un enemigo invisible le estuviera propinando una paliza. Su cuerpo estaba lleno de arañazos y sus manos tenían los dedos ensangrentados. Su boca no paraba de moverse, implorando piedad a su inexistente enemigo. Seluku comprendió que no había parado de gritar. Simplemente, ya no era capaz emitir sonido alguno. Se le pusieron los pelos de punta.

Seluku observó al Capitán, esperando a ver qué hacía. Pero este no parecía dispuesto a moverse de su posición. Observando lo poco que las antorchas les permitían ver.

- Matapanes, Bassia – Susurró el Capitán – ¿veis algo?

Los dos soldados negaron con la cabeza. El Capitán miró entonces a Puzur.

- ¿A qué esperas, chico? Acércate y mira qué le pasa – Le ordenó.

El alivio que antes había iluminado la cara de Puzur desapareció al ver el comportamiento de sus compañeros, y fue sustituido otra vez por el miedo. Avanzó dos pasos hacia el cuerpo. Sus pies apenas se levantaban del suelo, como si pudiesen resbalar sobre las gotas de sudor que le caían por la cara. Otro paso más. La sombra que proyectaba el cuerpo tendido en el suelo disminuía con cada paso. Otro paso. El sonido de pequeñas piedras deslizándose hizo que Seluku se volviese. Otro más. El cuerpo dejó de moverse. Otro. Puzur cayó al suelo.

Seluku apenas tuvo tiempo de reaccionar. El sonido silbante le avisó de la llegada del proyectil y sintió un breve pinchazo en el cuello. Giró alrededor de la columna buscando protección de sus asaltantes. Se tocó el cuello, apenas un rasguño. Miró a su alrededor. Bassia y el Capitán parecían estar bien, cobijados también detrás de una columna. Puzur en cambio había tenido menos suerte y había sido alcanzado en una pierna.

- ¡Tenemos que huir! – Se oyó gritar a sí mismo

Su grito fue cubierto por una lluvia de  pequeños objetos golpeando el lado opuesto de la columna en la que estaba. Tenían que salir de allí y rápidamente. Si no podían volver por donde había venido, tendrían que seguir hacia delante. Echó un vistazo a su alrededor y vio que Bassia y el Capitán ya habían empezado a avanzar usando las innumerables columnas naturales como refugio. Puzur sin embargo, todavía yacía tendido en el suelo sin moverse.

- ¡Puzur! ¡Levanta! – Le gritó
- ¡No puedo! – Le contestó el muchacho entre sollozos.

Otra andanada. Seluku tomó una decisión. Salió corriendo hacia Puzur. En dos zancadas ya había atravesado la mayor parte de la distancia que les separaba, con proyectiles clavándose en el suelo detrás de él. Lo que vió delante le dejó clavado en el sitio.

El esclavo. Sus manos ensangrentadas tenían agarrado a Puzur por los pies. Tenía la piel seca y sus cuencas vacías parecían mirar directamente a Puzur. Este intentaba zafarse del agarre y arrastrarse fuera de su alcance sin éxito. Sus ojos estaban salidos de sus órbitas, completamente desesperado por la situación.

Otro de los objetos le pasó silbando al lado de la oreja. “Idiota, ¡muévete!”, pensó. Corrió hasta alcanzar al chico y sin pensarlo dos veces cercenó las manos del esclavo. Ayudó a levantarse a Puzur y buscaron el refugio de una estalagmita cercana. Por el rabillo del ojo Seluku pudo ver el cuerpo desmembrado intentando seguirles, reptando por el suelo.

Los pequeños misiles  volvieron a golpear contra su cobertura. El destello de la antorcha de sus compañeros se podía ver alejándose de su posición. Puzur no podía caminar. Tenía varios de los pequeños objetos  clavados en la pierna. No sabía que eran ni lo que hacían, pero el chico no podía moverla.

- ¡Déjame aquí, sálvate tú que puedes! – Dijo Puzur intentando que Seluku le soltase - Intentaré ganar tiempo para que podáis escapar.

La cara de Puzur ya no reflejaba ningún miedo. Sólo pura determinación. Aquel joven estaba demostrando más valor en sus últimos minutos de vida que sus compañeros, que eran ya sólo una luz lejana, o que el mismo en toda su vida. En aquel momento, Seluku sintió una inmensa vergüenza por su comportamiento anterior. No le iba a fallar otra vez. No le iba a abandonar. Se prometió a sí mismo que se aseguraría de que aquel muchacho saliese de allí con vida.

[Este relato ha sido publicado en Deimar's (http://deimar.blogspot.com) bajo licencia CC BY NC SA]

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