lunes, abril 25, 2011

La competitividad y yo

No me gustan los enfrentamientos directos. No, en serio. Cuando era niño e iba a clases de karate, los viernes teníamos combates, y lo odiaba a muerte. No sólo porque fuese malo de narices (creo que en más de diez años practicando nunca conseguí pegar sin cerrar los ojos), es que no me gustaba nada la idea de enfrentarme directamente contra alguien. Sí, mucho de eso viene de mi natural timidez, pero sin embargo no tenía problema, de hecho me gustaba bastante, en participar en campeonatos de katas, donde cada uno salía al tatami a hacer su espectáculo y volverse (attention whore fruit!!, pero no sé qué esperabais, ¿habéis visto el título del blog?). Más que nada porque ahí, más que contra los otros, la competición es contra uno mismo, por ver hasta donde puedes mejorar. Este punto solía llegar en el momento en el que seguir mejorando requería estudiar. Véase, como ejemplo, que mi padre me enseñó a jugar al ajedrez... y lo primero que hice fue apuntarme a un torneo regional, y me conseguí clasificar para el torneo de mayor ámbito (pero no pude ir, sad panda). El caso es que durante esa fase, mi primera partida la empaté. La empaté porque teniendo él sólo el rey en pie, le deje en una posición en la que no se podía mover pero no le daba mate. El caso es que yo no sabía que eso era tablas, pero esa partida me demostró, o más bien mi oponente, que sin saber que era una salida española o estudiar partidas de otros, llegaba un momento en el que no podías mejorar más... así que... ¡a toma po saco el ajedrez!.

Y así señores es como se pierde empata una partida

Vale, no intentaré vender la moto de que sólo lo hago por mejorar. Me gusta ganar como al que más (de hecho, probablemente más), pero admito que disfruto mucho más ganando porque puedo decir: ¡coño joder córcholis! ¡que bien lo he hecho! (maldito rating "Para todos los públicos"...). Obviamente, esto está reñido con lo de perder, que, llegado cierto punto, suele deberse a cagarla más que tu adversario, por lo que me suelo llevar unos cabreos de infarto, y eso es malo, mucho, por motivos que explicaré más tarde.  

Desde hace un tiempo, me dedico a la "sana" competición. No deportiva claro, que le tengo alergia. La culpa fue de los cibercafés. A ver, yo antes jugaba al ordenador, y principalmente a aventuras gráficas y juegos de rol, por lo que ahí había poca cosa que hacer en ese aspecto. Pero llegaron los cibercafés y se pusieron de moda (o más bien, con la Micromanía regalaban vales de una hora acumulables para cierto ciber en plaza de Castilla). Así que cogía a mis amigos, nuestro taco de vales acumulados, y nos ibamos a pasar tres horas un sábado de cada mes a ese ciber. La competición no era demasiado allá, pero descubrimos varios juegos como el Half-life, Unreal o Starcraft. Lo que más jugabamos era a los FPS. Hasta aquí ningún problema, una vez al mes, y buen rollo el resto del tiempo. Hasta que "alguien" descubrió los bots del Half-life... o se puso en serio al Unreal. Y entonces empezó a haber una ligera brecha que se fue agrandando, aunque mis amigos entonces empezaron la escalada armamentística y empezaron a hacer lo propio, con lo que todos nos quedamos más o menos igual.

¿Cómo es que tu tienes una escopeta y yo me muevo como si fuera un zombi...? ¡oh, wait!

Pero entonces llegó Confederación (los cibers de los centros Mail) y el CS... y madre de dios que vicios nos pegábamos... de estar allí metidos todos los fines de semana. Y aunque nunca llegamos a ser nada del otro mundo, no pudimos evitar meternos en competiciones y demás. Y luego llego el horror, el Starcraft. Y aquí es donde di rienda suelta a mi obsesivo-compulsivo interior. Porque el tiempo que no dedicaba a jugar online (no mucho, porque pro aquel entonces tenía un límite de dos horas diarias en mi tarifa), me dedicaba a ver replays que me había bajado mientras. Enfermizo creo que deja corto lo mucho que pude estar jugando y practicando incluso contra la máquina.

Pero del SC me pasé a cosas más relajadas y menos comprometidas. Hasta que llegó el WoW y sus arenas. Si ya he dicho que me gusta jugar y ganar por seguir mejorando, el WoW descubre otro rasgo de mi personalidad: cuando juego en equipo, me gusta que el equipo gane. Independientemente de mi rol en él. Así que en el WoW acabé jugando las clases que nadie quería jugar pero eran necesarias (a.k.a, healers). Y viendo replays. Y leyendo foros. Obsesivo compulsivo... pues eso (pero rollo light). De hecho la semana pasada tuvimos una arena de 45 minutos en la que no fuimos capaces de matarnos (por cierto, eso es un empate, y quitan puntos a los dos equipos).

Aún no ha empezado la partida de verdad y ya tengo una listas de cosas que decirles...

`Y finalmente, lo que motiva este post. El Heroes of Newerth (o HoN). Donde he empezado a participar en torneos con algunos amigos. Y donde veo videos comentados, leo foros y juego con los personajes que nadie quiere jugar (es decir, los heal... erm.. los supports). Pero este es un juego complicado de 5v5. Por lo que por muy bien que lo haga yo, a veces las cosas salen mal. Y así llegamos a la parte en la que me pillo unos cabreos del cojón. Porque para alguien que se dedica a ver sus propias replays para ver como podría mejorar (bueno, en el SC lo hacía, en el HoN reconozco que no), y al que le resulta lo más fácil del mundo detectar errores. Esto significa, que si hay confianza, te va a tocar que te diga todo lo que has hecho mal. Lo que yo he hecho mal no lo suelo decir, porque ya estoy pensando en cómo y qué debería haber hecho para cambiarlo. Y la combinación de todo esto es lo que me hace un mal compañero pese a "darlo todo por el equipo".

Perdón por el tostón, pero es que acabo de salir de unas cuantas partidas de HoN... ¡y estoy cabreado!

1 comentario:

Thae dijo...

Pues mira que yo si veo las replays de mis partidas... y no solo de las que owneo!