domingo, julio 07, 2013

El maestro (y III)

- ¿Maestro? – La mano de Hilalum le sacudió cuidadosamente el hombro. - ¿Está bien?
- ¿Eh? Oh, sí. Perdonad. Veamos, ¿por dónde iba…?

>> “Por favor, mi señor. Perdonad nuestra osadía. Perdonadnos para que podamos seguir trabajando y podamos cubrir Nippur de piedra y gemas”. Pero las súplicas del soldado fueron ignoradas por el dios. Con otro gesto de la mano, un fuerte viento empezó a girar alrededor de la aldea. Las rocas volaban junto los árboles y parte de la pequeña muralla que rodeaba la villa. El fuego que brotaba del edificio golpeado por el rayo, empezó a girar con el viento, creando una muralla ardiente alrededor del poblado.  “Por favor, toma nuestras vidas si así lo deseas. Somos nosotros los que te hemos desafiado. Nuestras familias no tienen ninguna culpa”

>> Las suplicas y lloros del soldado parecieron hacer mella en Enlil. Finalmente se volvió para mirar al grupo de mineros y soldados. De no ser por el poder demostrado, habría pasado por otro awilu. Salvo por su sonrisa. Una sonrisa inhumana tras la que se ocultaba toda la maldad de Kishar.

>> “Que no se diga que no soy un dios… ‘justo’” Enlil escupió la palabra más que decirla. “Os daré una oportunidad. Si alguno de vosotros permanece con los ojos abiertos hasta la salida de Shamash, no tocaré a vuestras familias. Sin cerrarlos. No parpadeéis”.

>> Los awilus se dispusieron a hacer justo esto. Sabiendo lo que estaba en juego, todos centraron su mirada en la muralla de fuego que rodeaba sus hogares. Sin embargo, su voluntad no fue suficiente para muchos de ellos. Los mineros empezaron a caer. Cansados tras una jornada de intenso trabajo empezaron a caer de puro cansancio uno tras otro. 

>> Los soldados observaban con ojos llorosos como sus compañeros caían uno tras otro, pero aguantaron, parpadeando cuando Enlil no los miraba. Los gritos de sus familias les llegaban continuamente desde el pueblo, incluso cuando las llamas empezaron a apagarse. Pero aguantaron.

>> Y así transcurrió la noche. Shamash empezó a anunciar su salida por encima de las montañas y la esperanza de poder salvar la aldea les dio fuerzas para seguir aguantando, aún cuando sus ojos les dolían como si les estuvieran clavando alfileres y sus cabezas estuvieran a punto de explotar. Aguantaban. Como también lo hacía la sonrisa de Enlil.

>> Y justo cuando Shamash estaba a punto de salir, una fuerte ráfaga de viento golpeó con fuerza y arena las caras de los soldados, que instintivamente cerraron los ojos. Casi de inmediato, la muralla de viento se extendió y empezó a recoger agua del cercano río. La muralla de viento se convirtió en una muralla de agua. Y cuando toda la aldea estuvo cubierta agua, esta colapso sobre los edificios de arcilla. Los gritos que hasta  entonces se habían escuchado fueron ahogados. 

>> Cuando el agua se retiró, en el lugar donde se encontraba la ciudad sólo quedaba un cono de arcilla. Ningún cadáver, ninguna planta, ninguna roca. Sólo un perfecto cono de arcilla de cinco kanus [Medida de longitud. Bastón. Aproximadamente 3m.] de altura.

>> Los awilu observaron impotentes cómo todo esto sucedía. Exhaustos, incapaces de llorar e impotentes ante la situación. Algunos decidieron quitarse la vida y reunirse con sus seres queridos en el Irkalla. Otros cogieron sus armas y atacaron al dios, acabando como sus compañeros. Pero el resto hizo allí un juramento silencioso. El de acabar algún día con la vida de aquel ser monstruoso.

>> Nadie se atreve a acercarse al nacimiento del Habur. Algunos dicen que Enlil maldijo aquella tierra y aún después de muerto sigue maldita. Otros dicen que los espíritus de los muertos de la aldea, que atrapados en la arcilla no pudieron ir al Irkalla,  intentan atrapar a cualquiera que se acerque, condenándolos a compartir su destino. Sin embargo, lo que sabemos con seguridad es que ninguna bestia ni hombre se acerca a aquella zona.

Los niños permanecieron en silencio, tratando de digerir lo que acababan de escuchar. Algunos probablemente no lo entenderían, pero si Namtar había conseguido que se quedasen con la idea de que no debían acercarse a la zona, la historia habría merecido la pena. 

El olor se hizo más patente. Había pasado tanto tiempo que tenían la tormenta casi encima. Era hora de volver a casa.

- Y ahora, niños, debemos volver con vuestras familias. No temáis sin embargo, pues aquellos seres hace tiempo que huyeron de la superficie, así que están seguras. Al menos, de ellos.

Los críos empezaron a levantarse y a recuperar el habla poco a poco. Las risas y los juegos no tardaron mucho en volver mientras la voz de Hilalum les indicaba el camino de vuelta. 

- Maestro, deme su mano y volvamos a la aldea.
- Déjame sólo un momento, Hilalum. Por favor.

El joven se alejó y dejó sólo a Namtar.  La herida de su pierna dolía como si fuera reciente. Recordando la historia que no podía dejar atrás por más que lo intentase. Aquella que el dolor no le dejaba contar. La historia de aquellos que desafiaron la superstición y construyeron una ciudad al lado de aquel cono de arcilla. Una ciudad próspera. Una ciudad de la que sólo quedaban ya edificios vacíos, en los que sólo moraban los espíritus y la muerte.  En definitiva, la histora de Sina Ezeru, la dos veces maldita.

[Este relato ha sido publicado en Deimar's (http://deimar.blogspot.com) bajo licencia CC BY NC SA]

[Parte 1]
[Parte 2]


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